Si bien en un artículo anterior había sintetizado la historia del Scrabble a partir de diversos artículos que hace tiempo circulan por la red, creo que hacía falta una visión más personal y mucho más cercana de Alfred Mosher Butts, el creador del juego. Stefan Farsis, en uno de los capítulos de su libro Word Freak, ha logrado un acercamiento único al origen del Scrabble a través de una labor periodística realmente destacable. Stefan visita la casa de Alfred en donde comenzó todo, para luego indagar entre sus parientes y conocidos para descubrir si él realmente era un apasionado del Scrabble, es decir, uno más de nosotros. El texto realmente no tiene desperdicio, pero es una lástima que el libro no se haya editado en castellano y lamentablemente no hay intenciones de hacerlo en un futuro próximo. Intenté contactar a Stefan a través del correo para el diario en el que trabaja, pero si bien quedaron en pasarle mi mail, nunca me escribió de vuelta. Así que dadas estas circunstancias, me voy a ir tomando el trabajo de traducir este capítulo entero para compartirlo con ustedes. Periódicamente iré subiendo varios párrafos hasta completarlo. Por las dudas, en todos consignaré la fuente con todos los datos del Copyright y ante cualquier reclamo lo retiraré inmediatamente del blog. Sin embargo, considero que al publicar una traducción, no estoy transcribiendo textualmente el contenido del libro y por lo tanto no creo estar infrigiendo la ley con estos posts. A continuación, la primera parte.
Alfred
Llega un tiempo en cualquier obsesión en que tienes que aprender más. No importa demasiado si el objeto de una obsesión es una persona, un auto deportivo, un equipo de fútbol o un juego de tablero. Sólo lo necesitas. Necesitas ver al menguante mundo en el que estás siendo succionado como un todo completamente formado. Antes de arrojarme más profundo al abismo que el Scrabble parece ser, asaltando mis noches, fines de semana y pensamientos ociosos – Necesito comprender de dónde vino, y como se convirtió en una institución como ninguna otra en los 200 años de historia de la industria norteamericana de juguetes. Para hacer eso, necesito responder una sola pregunta: Quién fue Alfred Butts?
Según se conoce, Butts es el arquitecto desempleado que inventó al Scrabble como una estratagema no-muy-brillante para-enriquecerse-rápido durante la Depresión. No sé cuán embellecido está el mito, pero necesito más que hechos. Necesito saber si Butts sentía que estaba inventando el juego de mesa más sofisticado de los tiempos modernos, un compañero digno del ajedrez y el backgammon, los cuales tuvieron pedigríes de siglos de antigüedad. Quiero saber si él consultó diccionarios, si se maravilló con la forma geométrica de letras yuxtapuestas, si amaba las palabras. Quiero saber, en resumen, si él fue uno de nosotros.
La casa colonial blanca de doble-historia en Cold Spring Road en la aldea rural de Stanfordville, Nueva York, de una población de tres mil habitantes, ha cambiado poco desde que Alfred Butts la comprara en 1954 con regalías de su juego de sensacional éxito-del-día-a-la-noche. Papel tapiz floral amarillento, chirriantes alacenas metálicas de cocina, bombillas de luz tenue – todo parece inalterado desde que Butts compró la vieja casa. Construida en 1811 por su tátara-tátara abuelo, pero fuera de la familia por décadas, sería un lugar de verano y fines de semana; Butts y su esposa, Nina, estaban establecidos en Jackson Heights, un vecindario de clase media en el distrito neoyorkino de Queens. Habían vivido allí por veinte años, y el constante y atractivo ingreso de Scrabble no iba a cambiar las vidas de la serena y modesta pareja. Si tuviera que existir una extravagancia en la vida de Butts, ésta sería: las rodantes tierras de pasto en Shelley Hill Road, las ventanas esbozadas, el estudio atestado para los libros de Alfred.
Luego de que Alfred muriera casi cuarenta años después, su nieto, Robert Butts, un reservado abogado de pelo arenoso y ojos de lechuza quien ayudó a un Alfred envejecido a administrar sus asuntos, compró la casa de Standfordville. Con ella vinieron los muebles de su tío abuelo y algunas de sus posesiones. Entre ellas están lo que yo traduzco como los Archivos del Scrabble. Visitar los Archivos, cosa que hago por primera vez en un glorioso día de comienzos de verano, se convierte en un hadj personal: La Meca, el Louvre y Cooperstown enrollados en uno. Imagino el lugar como un altar con tableros enmarcados decorando las paredes, viejas fichas en cajas exhibidoras iluminadas como antigüedades egipcias, un set de reglas originales bajo vidrio como la Declaración de la Independencia.
Bob Butts, sin embargo, no exhibe ninguna memorabilia. Incluso un manojo de documentos enmarcados por la Asociación Nacional de Scrabble para una celebración reciente – una carta de rechazo de 1933 de Milton Bradley, un recibo de $40 de la Compañía de Manufactura Dover Inlay (“Marquetería de Distinción”) por cortar cien sets de fichas de madera; la hoja de puntajes de un juego de 1956 en el cual Nina anotó 284 puntos jugando QUIXOTIC (Quijotesco) a través de dos casillas de triple palabra – permanecen envueltos en papel marrón y sellados con cinta de enmascarar. Bob no juega Scrabble muy seguido. El juego, resulta ser, no es mucho más que una curiosidad familiar para él.
Bob extrae tres cajas de artefactos. “Estas son las cosas”, me dice. Una contiene los ítems enmarcados; otra aloja tableros originales, fichas y planos y la tercera contiene los papeles personales de Alfred. Ciertamente no es una biblioteca presidencial, pero para mí este descubrimiento es más que investigación histórica. Es como recibir la posibilidad de tocar los primeros dibujos de Edison de la bombilla eléctrica o los bosquejos de Frank Lloyd Wright de “Fallingwater”. Así que cuando veo las cajas de banquero apiladas en una repisa, me parece un poco triste: Alfred Butts creó un pedazo duradero de cultura popular estadounidense, y aquí está reducida a unas cuantas cajas en una casa envejecida en el campo.
Pero también parece encajar. Bob describe a su tío abuelo como humilde y de bajo perfil, un caballero flaco de no más de un metro setenta, que estaba orgulloso de su invención, pero nunca presumido, un tipo normal al que le ocurrió toparse con algo que terminaría fascinando a millones. El mismo Alfred no exhibió sino una sola placa conmemorando su invención, y sólo hablaba de Scrabble cuando se le preguntaba. “El nunca lo previó”, me dice Bob. “El pensó que estaba inventando un juego que la gente jugaría alrededor de una mesa de cartas, como el bridge o algo como eso. No le encontraba demasiado sentido a memorizar listas de palabras”.
Continuará…
Fragmento extraído de “Word Freak: heartbreak, triumph, genius and obsession in the World of competitive Scrabble players copyright © 2001 Stefan Fatsis. Ediciones Penguin Books, páginas 89-91.
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